Allá se dirimen millones y millones, sin hablar de un montón de puestos y puestecitos que ocupan personas concretas y mañana podrán ocupar otras personas igual de concretas pero distintas por el mero hecho de cambiar los signos del partido gobernante.
Acá las discusiones abarcan minucias como este o aquel depósito de carburante, despachado debida o indebidamente a cargo del erario público.
Allá se habla -como se hablará probablemente en 2.012 en Andalucía- de un traspaso histórico de un feudo socialista.
Acá se habla de colmatar el descalabro de un club de amiguetes (y amiguetas) que, bajo las siglas del PSOE, ha confundido sus designios con la ambición de controlar en un guateque la barra y el tocadiscos.
El problema, en realidad, es exactamente el mismo:
Izquierda Unida, siendo una fuerza de menor entidad, tiene que realizar dos trabajos previos a una decisión política:
- Interpretar la voluntad popular (o su tendencia). ¿El impulso de ésta iba dirigido a relevar a la fuerza tradicionalmente instalada pero no ha tenido suficiente fuelle? ¿O el sentir general más bien prefiere que siga quien siempre estaba ahí pero abundan la indecisión y el desconcierto?
- Decidir cuál es su papel actual. ¿Toca quitar de enmedio a una fuerza política anquilosada que ha perdido todo vínculo con las tradicionales ideas de izquierda y con la población o toca impedir que acceda al poder una fuerza política que ha combatido a todos los niveles sociales y políticos avances tímidos en la modernización social de este país? ¿O más bien toca olvidarse del PSOE como fuerza política de izquierda y aliado en potencia, y recuperar el protagonismo y el espacio político social que le correspondería como fuerza de vanguardia en España?
Una vez que se decidan estas cuestiones, es muy fácil discutir la táctica a seguir. Quizás, incluso, si invertimos el orden de trabajos y nos centramos en la última pregunta, resulta tan fácil que pueden ahorrar en Izquierda Unida un tiempo precioso que podrán dedicar a otros asuntos de importancia: Dedicarse a perfilar su política institucional en correlación con la nueva situación después del 22M. Y reforzar su presencia social realizando el trabajo de organización a todas luces deficitario en los últimos años.
Desde mi punto de vista -¡tan cómodo por no pertenecer a ningún sitio y no tener responsabilidades en ello!- no hay muchas dudas que el papel residual que juega Izquierda Unida se debe, fundamentalmente, a dos tremendos errores:
1) Olvidarse de que es, por definición propia, una fuerza transformadora y dejar en el tintero todas esas labores que se derivan de tal definición.
2) Transformarse a sí misma y dejarse transformar hasta el punto de no reconocerse muchas veces a sí misma. Todo ello al albor de las necesidades concretas de otras fuerzas políticas.
Y la única conclusión política, allá donde Izquierda Unida no ha obtenido el apoyo suficiente para gobernar, es que tienen que seguir ejerciendo la genuina labor de oposición, no cayendo en la trampa que -a través de concesiones menores al programa político-institucional- pueden transformar algo transformándose.
Si es, sin lugar a duda, el Programa lo que les facilita olvidarse de su función primaria, tendrán que revisar su programática - quizás sea más revisionista de lo que ell@s mism@s creen.